El sistema capitalista actual, pese a haber aumentado enormemente sus ganancias, sigue teniendo a la clase trabajadora suplicando por los derechos más básicos. En España, lejos de existir el derecho universal a la vivienda, existe el derecho oligárquico a la especulación. Se defiende a los grandes tenedores, a los bancos, a los fondos buitres…
Mientras, trabajamos por un sueldo de miseria, en empleos que no nos permiten desarrollarnos plenamente, para pagar unas necesidades muy básicas. Aguantamos condiciones laborales por miedo a una alternativa aún peor. El miedo a no pagar el alquiler, la hipoteca, las facturas… nos mantiene dóciles. El anarcosindicalismo está íntimamente ligado al problema de la vivienda. Es la herramienta básica para salir de un círculo de miseria al que nos tienen acostumbrados. Un círculo en el que el trabajador calla para no ser despedido. En el que pese a tener un trabajo, acaba no pudiendo pagar sus deudas y muchas veces se ve en la necesidad de elegir si come o paga su casa. En esas circunstancias, tiene pánico a organizarse, piensa que sindicarse puede costarle el empleo. Y sin embargo, muchas veces, irremediablemente lo acaba perdiendo. Entonces es cuando la situación puede empeorar aún más.
Deja de pagar su casa y es desahuciado, y si llevado por la desesperación decide resistir en su propia casa o arrebatarle una a un banco, será un okupa, un criminal. Y ¿qué alternativa nos ofrece el estado? Ayudas que sólo llegan a un mínima parte de la población y que en muchos casos no se pagan. Un escaso o nulo parque de viviendas públicas y alternativas habitacionales humillantes para las personas que pierden su hogar. En la mayoría de las ocasiones, las personas desahuciadas, no pueden optar más que a unas cuantas noches de albergue, si acaso.