El trabajo en hostelería no sólo se precariza, sino que se feminiza. En muchas actividades ligadas a esta burbuja turística apenas haya hombres; se pone en evidencia las peores condiciones impuestas a las trabajadoras por cuestiones de género, clase y origen. Son actividades feminizadas, sistemáticamente más precarias, peor pagadas y más externalizadas. La precariedad en la Hostelería tiene nombre y el nombre es femenino. Una de cada cuatro asalariadas ocupa un puesto de trabajo de jornada parcial frente a una tasa de solo el 8,2% entre los hombres.
Los contratos a tiempo parcial son muy rentables para el empresario, tanto como perjudiciales para nosotras. No van a desaparecer, van a generalizarse por completo. Solo unas cifras del INE, en 2015 el salario medio anual en la jornada a tiempo parcial fue un 56,4% inferior al salario medio total. En el caso de las mujeres, llegó a ser un 32,2% aún más baja que la de los hombres. No se trata de adaptar jornadas a necesidades de la producción, no, se trata de ahorrarse dinero a costa de tu sueldo, así, sin más. Y el este robo se acentúa en los sectores más débiles, más pobres, más desprotegidos, en las mujeres.
Son las subempleadas, limpiadoras, fregadoras, camareras de piso, las esclavas del s. XXI. El caso más sangrante son las camareras de piso. Según la Asociación de Camareras de Piso de Sevilla cerca 4.000 mujeres trabajan permanente o coyuntural como camareras de piso en hoteles o apartamentos turísticos en de Sevilla. Algunas denuncian que en hoteles de cinco estrellas llegan a cobran 1,30 euros por habitación, en trabajos a destajo sin ningún tipo de regulación. La mayoría de los contratos que se hacen hoy en día son de cuatro o seis horas al día, y a través de empresas externas que pagan por número de habitaciones hechas (una media de 2€ por habitación) y fijan una ratio al mes. Pero para alcanzar un sueldo de pura supervivencia tienes que hacer o 330 o 440 habitaciones. La precariedad se ceba en las más débiles, en mujeres con cargas familiares, divorciadas, de familias desectructuradas, inmigrantes y “con mucho miedo".
Tanto que no les importa perder la salud. El 71,5% de las camareras españolas se ven obligadas a tomar medicamentos para poder soportar el trabajo. El trabajo precario obliga a trabajar más horas (porque no te las pagan) y a trabajar bajo presión, a trabajar cada vez más rápido, a trabajar a destajo. La consecuencia es que el 100% de las camareras sufren o han sufrido dolor dorsal y lumbar, el 80% de dolor en los antebrazos, las muñecas y las manos, el 47% de dolor en las caderas, las nalgas y los muslos, el 67% de dolor de la pierna y del pie. Además de estos síntomas físicos, degeneran en problemas de salud mental, por no poder conciliar la vida familiar con el trabajo, por vivir en continuo stress físico y mental.
Hay una absoluta coacción por parte de las empresas y la amenaza de no renovación del contrato o del despido directamente siempre pende sobre una negativa a realizar horas extraordinarias, o a firmar un conttrato, o a cualquier mejora en el trabano.